Era solo un niño de barrio, que crecía con tanta despreocupación que vivía jugando todo el tiempo, como todos los niños de mi barrio. Ni pensábamos como se conseguían los alimentos, simplemente entrabamos a casa y tomábamos lo que queríamos.
Recuerdo que, a media cuadra de mi hogar, existía un canal de riego, rodeado de juncos, puerros e hinojos, El ancho del canal era de unos 2,50 (metros) y 1,50 (metro) profundidad aproximadamente. No era muy grande ahora que lo pienso, pero en esa época de mi niñez para mí, parecía un río.
Mi barrio estaba en la etapa de ser parte de la ciudad, pues todavía era zona de chacra (Fincas). Muchos arboles y aves coronaban los alrededores de barrio. Hornallas de ladrillos humeantes (fabrica de ladrillo de barro cocido). Alambrados y algún que otro caballo. Tener gallineros era lo normal, para tener huevos frescos. Recuerdo a una señora, con su cabeza cubierta con un pañuelo atado al cuello, ella venía con su carreta tirada por un caballo a vendernos leche, envasada en tachos lecheros de chapa. Mi amigos y yo, enviados por nuestras madres al grito: ¡¡¡Ahí vino Doña Rosa!!!, hacíamos fila con jarras y botellas para comprarle leche, que venía directamente de las ubres de la vaca. Mi madre la cocinaba la leche sobre la cocina de leña. Yo esperaba ansioso que se enfriara la leche, parado arriba de una silla, para comer con una cuchara, la crema que se juntaba en la parte de arriba de la hoya. ¡¡¡Que lindos momentos!!!
Jugábamos a las escondidas, al fútbol, a la mancha, a la bolita, a la figuritas y tantos juegos más. No existía la tecnología. Recién a mis 10 añitos, tuvimos nuestro primer televisor blanco y negro. La televisora comenzaba a trasmitir a las 5 de la tarde, dibujos animados. En ese momento, durante una hora, el barrio quedaba en silencio. Todos los niños del barrio estaban frente al televisor.
Subíamos a los arboles de los vecinos a hurtadillas a sacar frutas; luego la adrenalina se apoderaba de nosotros, al saltar de los arboles al suelo y echar a correr, porque el vecino salía, alertado por los ladridos de su perro. Aunque en esas tardes de veranos las frutas parecían sacadas del horno, por lo calientes que estaban. Sin embargo adorábamos comerlas. Creo recordar como si fuese ayer esos momentos. Bañarnos en ese canal riego era un gran desafío, pues aprovechábamos las horas de las siestas, mientras mi papá dormía, para escaparnos e ir corriendo por el costado del canal de riego y tirarnos al agua. El calor abrazador era acompañado por el canto de la cigarra y el aleteo de las libélulas.
Recuerdo que, a media cuadra de mi hogar, existía un canal de riego, rodeado de juncos, puerros e hinojos, El ancho del canal era de unos 2,50 (metros) y 1,50 (metro) profundidad aproximadamente. No era muy grande ahora que lo pienso, pero en esa época de mi niñez para mí, parecía un río.
Mi barrio estaba en la etapa de ser parte de la ciudad, pues todavía era zona de chacra (Fincas). Muchos arboles y aves coronaban los alrededores de barrio. Hornallas de ladrillos humeantes (fabrica de ladrillo de barro cocido). Alambrados y algún que otro caballo. Tener gallineros era lo normal, para tener huevos frescos. Recuerdo a una señora, con su cabeza cubierta con un pañuelo atado al cuello, ella venía con su carreta tirada por un caballo a vendernos leche, envasada en tachos lecheros de chapa. Mi amigos y yo, enviados por nuestras madres al grito: ¡¡¡Ahí vino Doña Rosa!!!, hacíamos fila con jarras y botellas para comprarle leche, que venía directamente de las ubres de la vaca. Mi madre la cocinaba la leche sobre la cocina de leña. Yo esperaba ansioso que se enfriara la leche, parado arriba de una silla, para comer con una cuchara, la crema que se juntaba en la parte de arriba de la hoya. ¡¡¡Que lindos momentos!!!
Jugábamos a las escondidas, al fútbol, a la mancha, a la bolita, a la figuritas y tantos juegos más. No existía la tecnología. Recién a mis 10 añitos, tuvimos nuestro primer televisor blanco y negro. La televisora comenzaba a trasmitir a las 5 de la tarde, dibujos animados. En ese momento, durante una hora, el barrio quedaba en silencio. Todos los niños del barrio estaban frente al televisor.
Subíamos a los arboles de los vecinos a hurtadillas a sacar frutas; luego la adrenalina se apoderaba de nosotros, al saltar de los arboles al suelo y echar a correr, porque el vecino salía, alertado por los ladridos de su perro. Aunque en esas tardes de veranos las frutas parecían sacadas del horno, por lo calientes que estaban. Sin embargo adorábamos comerlas. Creo recordar como si fuese ayer esos momentos. Bañarnos en ese canal riego era un gran desafío, pues aprovechábamos las horas de las siestas, mientras mi papá dormía, para escaparnos e ir corriendo por el costado del canal de riego y tirarnos al agua. El calor abrazador era acompañado por el canto de la cigarra y el aleteo de las libélulas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario