Recuerdo de un colegio Salesiano.
Estudiaba mi primaria en un colegio Salesiano en mi ciudad natal. Trelew, Provincia de Chubut, República Argentina. Contaba ese colegio con muchas normas de comportamiento, a mi parecer eran muy antiguas. En ese lugar conocí a un Dios de castigos, sin misericordia. Cuando me portabas mal debías ir a la capilla y rezar para que Dios me perdone. Para mí eran momentos eternos, el tiempo no pasaba más. Por supuesto ante de ir allí, el sacerdote, ya me habían levantado de la patilla, de modo que casi caminaba en puntas de pie con bailarín de flamenco. Reconozco que desde los 6 años de edad en adelante me enfurecía más por la impotencia que sentía. Ni hablar de contarle a mi madre, pues ella decía que si el sacerdote lo veía conveniente era de Dios. Y se llegaba a mi hogar, no debía reclamar pues me esperaba seguro unos azotes con un cinto de cuero.
Pobre mi madre que creía ciegamente en aquel sacerdote, que descargaba su frustración castigando a los niños de ese colegio.
Cada año que pase en ese lugar, desde los 6 años hasta los 9 años de edad casi cumplidos, conocí como mi maestra, podía partir sobre mi cabeza, una regla de madera larga y puntero también de madera, como elementos del pizarron, tan solo por no haber echo la tarea. Del miedo y los nervios me afloraba una sonrisa, acompañando casi al unisono la burla de mis compañeros. Por ello recibí esos golpes sobre mi cabeza. Más el borrador de madera y paño, no se partió sobre mí porque era pequeño. La cabeza me ardía y al tocarme tenía el polvillo de tiza sobre ella.
Mi madre trabajaba todo el día, limpiando casas y se le olvido de mandarme cortar el cabello, no haciendo caso a una nota, mandada por el sacerdote. Ese día el sacerdote, me junto el cabello con evillas de nenas, y tuve que estar así todo el día con esa humillación en colegio de varones.
Sí, odiaba ese colegio. y ese sonido de la campanita de bronce pesado, que usaba el sacerdote, tanto para que hagamos silencio, o como para darnos un golpe pequeño en la cabeza al pasar, si notaba que estamos distraídos. Recuerdo que dolía bastante ese golpe.
A Dios gracias creo yo, y también porque la cuota mensual que era alta, a los 9 años me cambiaron en colegio público gratuito mixto. De ahí en más se terminaron castigos físicos. Y comencé a vivir una niñez más libre y sin miedos. Aunque llegue a ese nuevo lugar, con mucho resentimiento en contra los enseñadores.
Estudiaba mi primaria en un colegio Salesiano en mi ciudad natal. Trelew, Provincia de Chubut, República Argentina. Contaba ese colegio con muchas normas de comportamiento, a mi parecer eran muy antiguas. En ese lugar conocí a un Dios de castigos, sin misericordia. Cuando me portabas mal debías ir a la capilla y rezar para que Dios me perdone. Para mí eran momentos eternos, el tiempo no pasaba más. Por supuesto ante de ir allí, el sacerdote, ya me habían levantado de la patilla, de modo que casi caminaba en puntas de pie con bailarín de flamenco. Reconozco que desde los 6 años de edad en adelante me enfurecía más por la impotencia que sentía. Ni hablar de contarle a mi madre, pues ella decía que si el sacerdote lo veía conveniente era de Dios. Y se llegaba a mi hogar, no debía reclamar pues me esperaba seguro unos azotes con un cinto de cuero.
Pobre mi madre que creía ciegamente en aquel sacerdote, que descargaba su frustración castigando a los niños de ese colegio.
Cada año que pase en ese lugar, desde los 6 años hasta los 9 años de edad casi cumplidos, conocí como mi maestra, podía partir sobre mi cabeza, una regla de madera larga y puntero también de madera, como elementos del pizarron, tan solo por no haber echo la tarea. Del miedo y los nervios me afloraba una sonrisa, acompañando casi al unisono la burla de mis compañeros. Por ello recibí esos golpes sobre mi cabeza. Más el borrador de madera y paño, no se partió sobre mí porque era pequeño. La cabeza me ardía y al tocarme tenía el polvillo de tiza sobre ella.
Mi madre trabajaba todo el día, limpiando casas y se le olvido de mandarme cortar el cabello, no haciendo caso a una nota, mandada por el sacerdote. Ese día el sacerdote, me junto el cabello con evillas de nenas, y tuve que estar así todo el día con esa humillación en colegio de varones.
Sí, odiaba ese colegio. y ese sonido de la campanita de bronce pesado, que usaba el sacerdote, tanto para que hagamos silencio, o como para darnos un golpe pequeño en la cabeza al pasar, si notaba que estamos distraídos. Recuerdo que dolía bastante ese golpe.
A Dios gracias creo yo, y también porque la cuota mensual que era alta, a los 9 años me cambiaron en colegio público gratuito mixto. De ahí en más se terminaron castigos físicos. Y comencé a vivir una niñez más libre y sin miedos. Aunque llegue a ese nuevo lugar, con mucho resentimiento en contra los enseñadores.
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